martes, 8 de diciembre de 2020

LA CARTA


Por fin dejó de llover y unos tímidos rayos de sol acariciaron los tejados de pizarra y los adoquines de las estrechas calles de Ucedo. Celia miró su cartera y sonrió, había repartido todas las cartas y aún era temprano. Sin embargo, sin saber por qué, metió de nuevo la mano en el interior de la cartera y la paseó por el suave cuero hasta que rozó un trozo de papel y sacó una última carta que no había entregado.

           En el sobre sólo habían escrito “Mamá Tecla” con una letra claramente infantil y tenía pegados muchos sellos. Eran los más hermosos que había visto nunca, de un realismo sorprendente, y todos con caras de niños que parecían mirarla directamente a los ojos.

           Estuvo mirando la carta durante mucho tiempo y le pareció que las expresiones de los niños cambiaban de forma casi imperceptible y que incluso, cuando dejaba de mirar por un momento, algunas de las caras habían variado de postura.

           Intrigada y asustada, guardó la carta y se encaminó a casa, pero no pudo dejar de ver en su imaginación los sellos y por la noche soñó con niños que le pedían ayuda y lloraban desconsolados.

           Al día siguiente, volvió a mirar la carta y pensó que las caras de los niños estaban más tristes que el día anterior y decidió que, de una manera u otra, encontraría a Mamá Tecla y le entregaría la carta.

           Ese día, mientras repartía el correo, preguntó en todas las casas si alguien conocía a Tecla, pero nadie había oído hablar de ella. Sin embargo, Celia no cejó en su empeño y continuó con su búsqueda durante los siguientes días, pues los niños de los sellos cada vez estaban más tristes y una vez, incluso creyó ver a uno llorar.

           Una tarde, después de repartir el correo, fue a visitar al viejo párroco que conocía a todo el mundo.

 - Buenos días, don Tomás.

- Buenos días, Celia. ¿Me traes alguna carta?

Al notar el tono esperanzado en su voz, Celia se apenó por tener que desilusionarlo.

- No, sólo he venido para hacerle una pregunta.

- Bueno, hace mucho tiempo que no recibo cartas, ya nadie se acuerda de mi.

- No diga eso, don Tomás. Verá como pronto le llega alguna carta de sus parientes.

- Dios te oiga. ¿Qué querías preguntarme?

- ¿Conoce a alguna señora que se llame Tecla?

- Tecla…Creo que sí. Conozco a una Tecla pero hace mucho tiempo que no la veo. Vive en una granja apartada pero puedo indicarte el camino.

Después de oír las explicaciones del párroco,  Celia se dirigió hacia allí.

La casa se encontraba escondida detrás de un bosquecillo de olmos y parecía deshabitada. Celia llamó varias veces a la puerta sin resultado, pero cuando se disponía a rodear la casa para buscar en la parte de atrás, la puerta se abrió lentamente. Una anciana de cabellos blancos y rostro arrugado la miró en silencio y durante un momento, la cartera, la miró a su vez. Y al observar su expresión atormentada, comprendió que las profundas arrugas que surcaban ese rostro no se debían únicamente a la edad.

Todavía sin decir palabra, Celia le tendió la carta porque, en cuanto la vio, estuvo segura de que la anciana era la destinataria. Ésta la cogió y cuando la miró, su cara se tornó más blanca que la cal y se tambaleó; sin embargo, apretó los labios y rasgó el sobre.

A medida que iba leyendo, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y cuando terminó, los cerró con fuerza sin dejar de llorar.

Celia entonces, se acercó y la tomó del brazo con suavidad.

- ¿Se encuentra bien?

Tecla depositó la carta en sus manos y se sentó en una vieja mecedora, aguardando a que la leyera.

“Querida mamá Tecla: Te perdono. A pesar de lo que hiciste, nunca fuiste mala conmigo. Muchas veces pasaste hambre para que yo comiera un poco más, rompiste tus vestidos para hacerme ropa a mi y me cuidaste cuando estuve enfermo.

Pero sé que llegó un momento que no pudiste soportar más las penalidades y además yo no era tu hijo de verdad. También sé que después de lo que pasó no hubo ni un instante de tu vida en el que no te arrepintieras ni sufrieras por ello. Desde entonces, no has tenido ni un momento de sosiego y ahora quiero que todo eso acabe y que por fin encuentres la paz.”.

Celia miró a la anciana llena de asombro y Tecla le indicó con un gesto el sillón que estaba a su lado.

- Siéntate si quieres oír una historia terrible.

Aguardó a que Celia se acomodara y comenzó su relato.

“Cuando era joven siempre creí en el verdadero amor y no me importó esperar para conseguirlo. Y cuando conocí a Juan, en seguida supe que lo había hallado y, aunque era viudo y tenía un hijo pequeño, no dudé ni un instante en casarme con él.

Durante ocho meses fuimos muy felices los tres y te juro que llegué a querer al niño de verdad. Pero después, Juan murió y nos quedamos solos, su hijo y yo, al frente de la granja. Yo nunca he sido fuerte y su hijo sólo era un niño, así que el trabajo resultaba muy duro. Al morir la única vaca que nos quedaba, pensé que no podríamos sobrevivir y enloquecí.

Comencé a sentir rencor hacia el niño porque no era hijo mío y, sin embargo, tenía que trabajar mucho más para sacarlo adelante. Y mi odio creció más y más cada día.

Y por fin, una tarde que regresaba a casa agotada después de una larga jornada en el campo, le vi sacando agua del pozo y me acerqué en silencio, le cogí por los tobillos y le arrojé dentro.

Cuando me di cuenta de lo que había hecho, me desperté de mi locura y me arrepentí amargamente durante todo el resto de mi vida y ya han pasado sesenta años desde entonces. No he tenido ni un instante de paz hasta ahora…”.

La cartera se marchó sin decir nada. A través de ella, Tecla había conseguido el ansiado perdón, pero no se sentía capaz de pronunciar ninguna palabra de consuelo.

Dos días después de escuchar la confesión, Celia fue a llevar una carta a casa de don Tomás y éste le contó que la anciana había muerto.

- Fui a verla después de que tú me preguntaras por ella y la encontré en su cama, con una expresión plácida en el rostro, como si estuviera dormida.


EL GORRIÓN

 


Siempre sueño con un pequeño gorrión que me quiere matar. Es una advertencia, pero nadie me cree y me llaman loco. Ahora estoy inmovilizado en mi cama y los tranquilizantes no me dejan soñar, pero sé que no estoy loco porque el gorrión que ha entrado por la rendija de la ventana, hunde una y otra vez el pico en la herida que ha abierto e intenta alcanzar mi yugular.

jueves, 23 de abril de 2015

EL BÚHO

 
La luna se alzó lentamente en el firmamento haciendo palidecer, con su brillo, a las lejanas estrellas. Su difusa luz creaba sombras oscuras y amenazadoras en los árboles del bosque, pero la figura delgada que se movía entre ellos, no tenía miedo.
          Como tantas otras noches, Susana caminó sigilosamente entre los olmos y los abedules, acariciando las suaves plumas del búho que llevaba sobre su hombro. El ave era su compañero más fiel, su confidente, el único ser al que revelaba sus más íntimos anhelos, el único en quien confiaba totalmente y por eso, nunca se separaba de él.
          La joven continuó su camino, escuchando los ruidos de los animales nocturnos escabulléndose a su paso y envuelta en el dulce olor de la tierra húmeda. Y, por fin, cuando el sol apenas se había alzado por encima de las montañas, llegó a casa. Y allí la esperaba un joven apuesto y elegantemente vestido.
          - ¿Qué deseas? - le preguntó Susana.
          - Hace tiempo que te observo y deseo que seas mi esposa.
          Susana movió la cabeza y el brillo de sus cabellos rivalizó con la torques de oro que rodeaba su garganta.
          - No te apresures en rechazarme - dijo el joven -. Me llamo Marcos y poseo las más fabulosas riquezas. Si te casas conmigo, tuyo será todo cuanto hayas podido imaginar.
          Marcos metió la mano en su morral y sacó un brazalete de plata y turquesas y una fíbula de oro. En el fondo de la bolsa Susana alcanzó a ver collares de perlas y esmeraldas, anillos y pendientes de plata, rubíes… pero sonrió y volvió a negar con la cabeza.
          - No son riquezas lo que deseo.
          - Permíteme ofrecerte, entonces, este regalo. - El joven levantó el paño que cubría un objeto que tenía a sus pies y descubrió una jaula de oro en la que se removía inquieta una oropéndola de plumas tan amarillas como los rayos del sol.
          - Así es como me ves, ¿verdad? Un mero adorno para tu casa. Rodeada de lujo pero prisionera como la oropéndola.
          - No, espera…
          - Aléjate de mí y no vuelvas nunca más.
          El búho alzó el vuelo y aleteó frente a la cara de Marcos amenazándolo con las garras hasta que el joven retrocedió.
          Una semana después, un nuevo pretendiente acudió a casa de Susana. Era alto y musculoso y todo él transmitía un aire marcial.
          - Hermosa Susana, deseo que seas mi esposa.
          - ¿Y por qué iba yo a desear lo mismo?
          - Porque te ofrezco poder. Podrás gobernar sobre cientos de personas y en tus manos estarán sus vidas.
          Susana lo miró fijamente con sus ojos del color de la hiedra y luego negó.
          - Estás equivocado. No ansío el poder.
          Miró al azor posado sobre el puño de León, con la cabeza cubierta por una caperuza y atado con traíllas.
          - Él también es poderoso, pero sus patas están trabadas y sus ojos cegados. ¿De qué le sirve el poder si sólo lo utiliza para tu placer? No, no deseo casarme contigo ni decidir sobre las vidas de otros. No eres tú aquél a quien espero - dijo Susana. Luego señaló al búho posado, como siempre, sobre su hombro -. Prefiero que él continúe siendo mi único compañero.
          Y una vez más, éste proyectó sus afiladas garras sobre el rostro del joven pretendiente y le ahuyentó.
          Pasaron los meses y cuando los lirios comenzaban a florecer y las cerezas se tornaban granas, otro joven vino a ver a Susana.
          - ¿Querrías ser mi esposa?
          La muchacha le miró atentamente. Sus cabellos negros brillaban como la obsidiana, sus ojos tenían el color de los campos y su sonrisa invitaba a sonreír con él.
          - ¿Qué me ofreces para que acceda a tu petición - sonrió Susana.
          - Te ofrezco mi amor.
          - ¿Acaso me amas sin conocerme? No lo creo.
          - ¿No crees posible que te ame sólo con verte?
          - No, porque entonces sólo amarías mi cuerpo y eso, tan sólo, no soy yo.
          - Pero es que no amo únicamente tu belleza. He mirado al fondo de tus ojos y he descubierto tu alma. Mírame a los ojos y descubrirás la mía.
          Susana le miró un momento pero luego desvió la vista. No iba a dejarse convencer tan fácilmente.
          - ¿No me has traído un regalo? - le sonrió con ironía -. Poco aprecio te inspiro.
          Esteban abrió, entonces, las manos y le mostró una golondrina acurrucada entre ellas. Susana se acercó, pero antes de que pudiera tocar al pájaro, Esteban le lanzó al aire y éste se alejó volando con rapidez.
          - Un ser capaz de gozar de la inmensidad del cielo, libre y a su antojo, no merece ser prisionero.
          La joven inclinó la cabeza indicando su asentimiento y le miró de nuevo con intensidad.
          - Dices que me amas, pero ¿cómo sé que eres sincero?
          Esteban miró al búho, al que Susana estaba acariciando, y sonrió.
          - Es tu amigo, ¿confías en él?
          - Sí - respondió la joven sin dudar, aunque le miró extrañada.
          Esteban alzó el brazo y, ante la asombrada mirada de Susana, el búho se alejó de ella para posarse suavemente en el puño de él.
          - ¿Has visto? Está de mi parte - dijo el joven y rió con esa risa suya tan contagiosa.
          Susana comenzó a sonreír poco a poco y finalmente se unió a la alegre risa de él.
          - Muy bien. No sé si llegaré a amarte… pero podemos intentarlo.
          Esteban abrió los brazos y la estrechó contra su pecho y después de un momento, Susana pasó suavemente sus brazos en torno a él y apoyó la cabeza en su hombro.
          - Una vez amé y fui desdichada. Creí que jamás volvería a intentarlo. Que no sería capaz de entregarme totalmente a nadie de nuevo pero quizá estaba equivocada - dijo sonriéndole con dulzura.
          - Yo jamás te haré daño. Tú y yo seremos un sólo ser y nada ni nadie logrará separarnos.
          Entonces, Susana lo tomó de la mano y lo condujo lentamente hacia la casa. Por fin había encontrado a un hombre por el que valdría la pena arriesgarse, abrirle su corazón y amarle sin freno ni ataduras. Ahora podía entregarse al amor sin miedo a resultar herida, porque confiaba en él y también en su compañero, el búho.

jueves, 19 de marzo de 2015

LA REBELIÓN DE LOS ANIMALES

 

          He vuelto a soñar con animales. He visto galgos ahorcados que bajan del árbol por la noche para desgarrar las gargantas de los cazadores que los mataron. Conejos de ojos sangrientos, atacan a las mujeres que se maquillan con los cosméticos experimentados en ellos. Los científicos mueren devorados por ratas con implantes terribles y los visones desollados, abren las venas a las mujeres que lucen sus pieles.

          Sé que estos sueños son una advertencia, pero nadie me quiere creer. He puesto carteles en las calles avisando del peligro, pero nadie los lee.

          Los perros han comenzado a matar a sus dueños. Lo he leído en infinidad de periódicos, sin embargo, cuando hablo de lo que se está preparando, me llaman loco.

          En el último sueño que he tenido, las aves, cubiertas de petróleo, matan a los trabajadores de las petroleras y las ballenas, heridas por cientos de arpones, hunden todos los barcos que encuentran a su paso.

          He intentado alertar a la Humanidad, pero es inútil, todos están ciegos. Ya no puedo hacer nada más. Estoy inmovilizado en mi cama y los tranquilizantes no me dejan soñar. Pero sé que el final está próximo porque el gorrión que ha entrado por la rendija de la ventana, hunde una y otra vez el pico en la herida que ha abierto, intentando alcanzar mi yugular.


jueves, 15 de mayo de 2014

LA MAGIA DEL ORYX - GLOSARIO DE SERES FANTÁSTICOS

 
GLOSARIO DE SERES FANTÁSTICOS
 
ARPÍA: Ser monstruoso que tiene cabeza y pechos de mujer y cuerpo de buitre. Se dedica a raptar niños.
BASILISCO: Tiene semejanzas con el gallo y la serpiente y puede matar con la mirada. La ruda es la única planta que puede resistir su mirada sin marchitarse.
CENTAURO: Ser cuya mitad superior del cuerpo es humana y la inferior de caballo.
DRAGÓN: Reptil enorme y alado que escupe fuego por la boca.
ELFO: Duende del bosque que vive sobre todo en Europa del Norte. Son muy parecidos a los hombres pero más esbeltos y  hermosos.
ENANO: Es de pequeño tamaño pero robusto y con la cabeza muy grande.
ESFINGE: Tiene cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas de águila.
FAUNO: Tiene patas, cola y orejas de ciervo y el cuerpo y la cabeza de humano.
FÉNIX: Gran ave de plumaje rojo y dorado. Cuando madura, el ave, estalla en llamas y al apagarse, resurge un nuevo fénix de las cenizas.
GHOUL: Criatura de la noche que se alimenta de cadáveres. Son muy fuertes y poseen unos colmillos muy afilados.
GNOMO: Ser de pequeño tamaño y de carácter bondadoso.
GRIFO: Ser con cuerpo de león y cabeza y alas de águila.
HIDRA: Monstruo con aspecto de serpiente de nueve cabezas.
KELPIE: Es un monstruo con apariencia de caballo que vive en aguas pantanosas.
KRAKEN: Es un monstruo parecido a un calamar gigante, que es capaz de hundir barcos.
LAMIA: Espectro que toma la forma de una mujer para devorar a los niños.
MANTÍCORA: Monstruo con cuerpo de león y rostro humano.
PEGASO: Es un caballo alado.
SALAMANDRA: Es un reptil muy parecido al anfibio que lleva su nombre, pero éste puede resistir el fuego más caliente.
SIRENA: Ser anfibio con cuerpo de mujer de cintura para arriba y de pez de cintura para abajo.
TRITÓN: Ser anfibio de aspecto humano, musculoso y atezado. Puede transformar su cola de pez en piernas para caminar por tierra.
UNICORNIO: Tiene el aspecto de un caballo muy hermoso, con un largo cuerno en la frente.
VAMPIRO: Es un no-muerto que bebe sangre humana.
 

viernes, 14 de marzo de 2014

LA MUJER SIN NOMBRE

 
             El sol declinaba ese caluroso día de verano. El canto de las ranas comenzó a oírse desde el cercano estanque mientras los trinos de los pájaros se desvanecían poco a poco.
            Entonces, los últimos rayos del atardecer penetraron, por el ventanuco del establo, iluminando a los dos hombres que se esforzaban por ayudar a nacer al ternerillo. Tiraron de sus patas una vez más y el tembloroso animal salió del todo, mugiendo asustado, al contemplar por primera vez el mundo.
            El mayor de los dos hombres se incorporó y palmeó la espalda de su hermano menor. Luego, dejando a la madre lamiendo con paciencia a su ternerillo, abandonaron el establo para entrar en la casa blanca, construida al amparo de un enorme olmo.
            Los dos hermanos acababan de lavarse, cuando oyeron unos golpes en la puerta. Elas, el mayor abrió y contempló atónito a una mujer parada en el umbral y enmarcada por el rojo resplandor del ocaso.
            - ¿Qué deseas? ¿Te has perdido? - preguntó Elas -. En este bosque tan frondoso no es difícil que ocurra.
            La mujer lo miró fijamente durante un momento, luego sonrió.
            - Sí, me he perdido - respondió con voz suave -, pero no en el bosque. Hace mucho tiempo que me he extraviado.
            - Pasa y siéntate a la mesa, estábamos a punto de cenar - dijo Medín admirando su extraordinaria belleza.
            La joven caminó lentamente hasta la mesa. Su cuerpo esbelto y sus movimientos felinos recordaban a una pantera. Los ojos verdes y los oscuros cabellos hacían que se asemejara aún más al hermoso animal.
            Esa noche, la misteriosa mujer les contó que buscaba a un hombre al que debía algo, pero necesitaba descansar y los dos hermanos le ofrecieron su hogar para que permaneciera en él todo el tiempo que quisiera.
            Los días pasaron apaciblemente, en la pequeña granja junto al bosque, y poco a poco Elas y Medín fueron enamorándose de la extraña joven de la que no sabían nada. Ni siquiera quiso revelarles su nombre por más que ellos insistieron en saberlo.
            Elas era muy hábil modelando el barro y comenzó a hacer un busto de la muchacha. Todos los días, al terminar las faenas, se sentaban los dos bajo el viejo olmo y mientras charlaban, Elas daba forma al barro. Medín solía sentarse cerca de ellos, tocando la siringa distraídamente y observando atentamente los progresos de su hermano.
            Por fin, después de muchas horas de trabajo, Elas consideró que el busto estaba terminado. No debía darle ningún toque más, pues el parecido que había logrado era realmente sorprendente.
            En seguida llamó a su hermano para enseñarle su obra y éste la miró, con una extraña expresión en la cara, antes de sonreír.
            - Realmente has conseguido plasmar toda su hermosura.
            - Sí, he modelado sus facciones a la perfección, pero es imposible reflejar la intensidad de sus ojos verdes - repuso Elas pensativo.
            - Has hecho por mí más que ningún otro hombre - dijo la joven acercándose -. Has inmortalizado mi belleza.
            Al día siguiente, cuando se levantó, Elas fue a admirar una vez más el busto que había creado, pero lo encontró en el suelo hecho añicos.
            Se agachó a recogerlo y de pronto sintió la presencia de su hermano a su espalda, se giró y vio que Medín contemplaba los restos de su obra con una expresión, que le pareció, culpable.
            - Lo has roto tú, ¿no? - le preguntó.
            - No - respondió de inmediato su hermano -. Yo no lo he tocado.
            - Supongo que habrá sido un accidente - dijo Elas en voz baja -, no tiene importancia.
            Terminó de recoger los pedazos y se levantó pensando que, tal vez su
    hermano había sentido celos de su destreza, y por eso había roto el busto.
            El verano transcurría perezosamente mientras los hermanos se ocupaban de las tareas de la granja. Segaban la hierba, hacían hatos con ella y la almacenaban en el granero para el invierno; llevaban a las vacas a la montaña para que comieran los brotes más frescos y jugosos y reparaban el corral de piedras donde encerraban al ganado.
            Un día, Medín tocó, con la siringa, una melodía muy dulce mientras descansaban a la sombra de los árboles.
            - La he compuesto para ti - le dijo a la muchacha.
            - Es muy hermosa, te lo agradezco mucho - contestó ésta con una sonrisa.
            Elas no dijo nada y cuando su hermano le miró, esperando algún elogio, desvió la vista y siguió comiendo en silencio la manzana que tenía en la mano.
            Poco después, Medín descubrió que su siringa había desaparecido y, lleno de rabia, fue a buscar a su hermano.
            - ¿Dónde está? - le preguntó furioso.
            - ¿Dónde está el qué? - le miró asombrado Elas.
            - Lo sabes muy bien, has cogido mi siringa porque estás celoso. A ella le encantó la melodía que compuse y tú no has podido resistir la tentación de hacerme enmudecer para siempre - gritó Medín.
            - No sabes de lo que estás hablando - respondió Elas enfureciéndose también -. O quizá piensas eso porque es lo que harías tú. ¿Acaso no rompiste mi busto?
            - ¡No! - exclamó su hermano intentando calmarse. Nunca antes se habían peleado y, aunque estaba muy enfadado, no quería hacerlo ahora.
            - Bueno, dejémoslo - dijo Elas más tranquilo.
            - Sí, tienes razón - se mostró de acuerdo Medín -. Ya encontraré la siringa.
            Todo volvió aparentemente a la normalidad, pero el rencor había empezado a morder sus corazones y cada vez se distanciaban más y más. Ya no se sentaban en el porche al atardecer para charlar y bromear, ya nunca jugaban a los bolos, ni iban al río a bañarse juntos. Parecían dos extraños a los que, hasta cruzar una palabra, les resultaba difícil.
            A mediados de agosto, el calor se hizo insoportable y una noche que Medín no podía dormir, oyó ruidos en la habitación de su hermano. Se levantó sigilosamente y a través de la rendija de la puerta, vio a su hermano y a la joven yaciendo juntos. Medín se sintió invadido por el dolor y por los celos, pero volvió a su cuarto sin hacer ningún ruido y pasó el resto de la noche, con los ojos clavados en el techo, atormentado por lo que había visto.
            Por la mañana, se acercó a la muchacha dispuesto a aclarar las cosas de una vez por todas. Si ella, por fin, había elegido a Elas, él olvidaría su rencor, se tragaría los celos y le desearía a su hermano toda la felicidad del mundo.
            - Al fin te has decidido - le dijo en voz baja.
            - ¿A qué te refieres?
            - Os vi anoche - respondió Medín con impaciencia.
            La joven le miró con un gesto de dolor.
            - Pero eso no significa que le ame a él - susurró -. Elas insistió y yo me sentí obligada. Me habéis acogido en vuestro hogar y yo estoy muy agradecida.
            Medín la miró atónito.
            - ¿Quieres decir que él… - empezó, pero luego movió la cabeza -. No puedo creerlo, mi hermano jamás haría algo así.
            - ¿Crees que miento? - Ella le miró a los ojos cogiéndole de las manos -. Acaso no sabes que a quien amo es a ti.
            En ese momento, se abrió la puerta y apareció Elas con un cubo de leche recién ordeñada.
            - ¡Eres un miserable! - Medín se abalanzó sobre él haciendo que perdiera el equilibrio y derramara la leche por el suelo.
            - ¿Se puede saber qué te pasa? - le increpó Elas levantándose iracundo-. Estoy harto de tus estupideces.
            - ¡Defiéndete! - gritó su hermano menor comenzando a golpearle con los puños.
            Elas, más alto y corpulento, le apartó con un violento empujón.
            - Estás haciendo que pierda la paciencia. ¿Qué es lo que ocurre?
            - Te has aprovechado de ella - le escupió señalando a la muchacha -, pero no dejaré que vuelvas a hacerlo.
            - Estás loco si crees eso - Elas sujetó a su hermano por las muñecas cuando éste intentó atacarle de nuevo -. Ella me ama y lo que sucedió anoche, lo quisimos los dos.
            - ¡No es cierto! - gritó Medín -. Estabas celoso de nuestro amor y trataste de separarnos, pero no ha dado resultado. Ella y yo seremos felices y tú te quedarás solo, con tu rencor y tu despecho.
            Elas le miró sorprendido por la rabia que encerraban sus palabras y entonces, su hermano menor aprovechó la vacilación para soltarse y golpearle en el rostro.
            Elas se apoyó en la mesa, sintiendo cómo le hervía la sangre, y posó la mano sobre un cuchillo que antes no estaba allí. Los gritos de Medín le taladraban los oídos y los ojos estaban nublados por un velo rojo; apretó el cuchillo, hasta que los nudillos se volvieron blancos, y antes de darse cuenta de lo que iba a hacer, lo clavó en el vientre de su hermano.
            Éste abrió los ojos sorprendido, luego se llevó las manos a la herida y se deslizó lentamente al suelo.
            Elas vio horrorizado cómo la vida de su hermano se escapaba con la sangre que chorreaba del vientre y se dejó caer a su lado intentando contener la hemorragia. Sacó el cuchillo con cuidado y taponó la herida con su camisa, pero Medín apenas respiraba y un sudor frío perlaba su frente.
            - ¡Dios mío, no! - murmuró Elas agachando la cabeza.
Un roce de ropas le hizo recordar a la muchacha que había permanecido apartada y en silencio durante la pelea.
     Levantó la cabeza y vio la sonrisa en el rostro de la joven. Entonces, leyó en sus ojos la verdad.
            - Has sido tú ¿no? Tú lo has hecho todo.
            La muchacha no respondió.
            - ¿Quién eres? ¿Por qué has querido hacernos daño?
            - Mi nombre es Malicia - respondió con odio - y quiero que todos los hombres sufran tanto como ellos me han hecho sufrir a mí.
            - No permitiré que mi hermano muera por tu odio.
            Tomó la mano de Medín entre las suyas e intentó, con todas sus fuerzas, transmitirle su esencia vital, imploró a Dios que su vida le fuera arrebatada a cambio de la de su hermano, pues no le importaba morir, si él vivía de nuevo.
            Entonces, notó que la mano, que apretaba entre las suyas, se movía ligeramente y vio cómo los ojos de su hermano se abrían y le miraban con asombro. Pero Elas no podía decirle nada, volvió la cara y las lágrimas resbalaron por sus mejillas.
            - Es imposible - siseó la mujer sin poder creérselo.
            - No, míralo tú misma - Elas abrió la camisa de su hermano mostrando el vientre liso, sin ninguna herida -. El amor es más poderoso que la muerte, aunque tú no sabes nada de eso, tú has elegido el odio y la venganza.
            Ayudó a levantarse a su hermano y se dirigió hacia la joven que retrocedió asustada hasta chocar contra la pared. Entonces, Elas apoyó suavemente las manos en torno a su garganta y cuando las retiró, la palabra Malicia estaba grabada sobre su piel, como si fuese un collar.
            Cuando la muchacha vio que había quedado marcada, soltó un grito de angustia y huyó al bosque. Corrió entre los árboles, alejándose más y más, hasta que llegó a un lugar donde jamás volvería a ver a ningún hombre.


lunes, 13 de enero de 2014

LA MAGIA DEL ORYX - EPÍLOGO


EPÍLOGO
 
Las paredes de la caverna de fuego estaban cubiertas de sombras danzarinas que se estiraban y encogían con el movimiento de las llamas del lago ardiente. En medio de ellas, Ígneo se desperezó, extendiendo las alas y agitando la cola.
—Veo que habéis cumplido vuestra promesa y habéis regresado —dijo el enorme dragón inclinándose hacia los humanos.
—Por supuesto que hemos regresado —protestó Artus fingiéndose ofendido.
—¿Quién es vuestro amigo? —Señaló Ígneo a Lior que le miraba un poco nervioso.
—Se llama Lior y nos ha ayudado a solucionar nuestro problema —respondió Artus.
—Sé bienvenido, entonces —le dijo el dragón y Lior se inclinó respetuosamente—. ¿Dónde está el Oryx Negro?
—Ya no es exactamente negro —susurró Nyx mostrándoselo.
Ígneo se quedó con la boca abierta, incapaz de pronunciar palabra, durante un momento. Luego, soltó una carcajada que resonó por toda la cueva y fue devuelta por miles de ecos.
—Jamás pensé que el Oryx volvería a ser de ópalo. —Miró fijamente a Nyx—. Has conseguido devolverle su pureza al desear algo desinteresado, sin egoísmo ni maldad.
—¿Sabías que sucedería esto? —le preguntó Artus.
—No soy ningún adivino, amigo mío. Pero ya te dije que sólo la inocencia evitaría la tentación.
El dragón cogió la pequeña figura de antílope y la colocó en su lugar, después sonrió a los tres amigos.
—No os permitiré salir de aquí si no me contáis una buena historia —les advirtió y Lior y Artus le contaron todo lo que había sucedido en el templo de la Reina de los Seis Brazos.
Cuando terminaron, se despidieron de Ígneo y emprendieron el camino de regreso a casa.
—Ígneo tenía razón. Si yo hubiera llevado el Oryx, quizá hubiese deseado acabar con toda esa maldita secta y eso habría corrompido aún más al Oryx —dijo Artus de pronto.
—Es verdad, yo habría hecho lo mismo —confirmó Lior—. Pero ahora, olvidémonos de todo eso y vamos a pensar en divertirnos un poco.
—¿Qué propones? —Sonrió su amigo.
—Podemos viajar en el Calderón por las islas del Sur y luego ir hasta mi casa para recoger el drión de Nyx.
—¡Sí! —exclamó éste encantado.
—Tenías que recordárselo, ¿verdad? —Le miró Artus con reproche.
—Se lo he regalado. Además, no quiero tener en mi casa a ese bicho salvaje ni un minuto más de lo estrictamente necesario.
—¡Vaya cara! —Rió Artus golpeando en broma a su amigo en el hombro.
—¡Deprisa! —gritó Nyx entusiasmado—. Estoy deseando volver a ver a mi mascota.
Artus y Lior le miraron y rieron alegremente, mientras se alejaban con más rapidez del volcán Detei.